martes, 19 de agosto de 2014

Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura

La inocencia como arma para crear comicidad...


Como anuncié en la anterior entrada, se aproximaba una oleada de texto dramático a La esquina de ese círculo. Seguimos con humor para hablar de una de las comedias más importantes de Miguel Mihura, un clásico del teatro español de la segunda mitad del s.XX, Maribel y la extraña familia. Esta comedia en tres actos nos narra la historia de Maribel, una prostituta que un buen día sonríe a Marcelino, no de forma especial, como cree él, sino como sonríe a todos. Marcelino, desconocedor de su condición de prostituta, inocente hasta el punto de resultar casi increíble, se enamora de ella y decide casarse, que era el propósito con él cual había abandonado su solitaria fábrica de chocolatinas en una villa de Cuenca y había viajado a la casa de su anciana tía Paula en Madrid. Al segundo día de conocerla la lleva a la casa de su tía para que conozca a su madre Matilde y a Paula, las cuales, igual que Marcelino, piensan que su forma de vestir se corresponden con las de una elegante, independiente y admirable chica moderna, perfecta para el dueño de la fábrica. La inocencia de la extraña familia es el primer motor  para crear comicidad de la obra. Lo primero que piensa Maribel cuando Marcelino le dice que les va a presentar a sus parientes es que está de broma y cuando la escena avanza y se le propone el matrimonio formal el miedo la posee porque piensa que las personas con las conversa están locas de atar. Poco a poco Maribel irá comprendiendo la situación y llegará a aceptar a aquella extraña familia y a su nuevo prometido, gracias a la conversación que mantiene con el doctor de la familia en el primer acto, quien le garantiza que "todos están perfectamente cuerdos". En Maribel y la extraña familia se distinguen con claridad dos mundos en los que se engloban determinados personajes: por un lado, está en universo de la prostitución del que provienen Maribel y sus amigas Rufi, Niní y Pili, y, por otro, el de la baja burguesía al que pertenece la extraña familia. Mientras que las primeras son desconfiadas, debido a los avatares de la vida, los segundos tienen tendencia a pensar siempre lo mejor de los demás. La prostituta parece ser una figura clave en la obra de Mihura, pues, de sus casi cien personajes, al menos veinte son putas. Pero no putas cualquiera, sino putas conformes en un principio con su condición, lo cual llama especialmente la atención. Dejando de lado este asunto, la obra se desenvuelve en un buen logrado final, en el que Maribel asciende a una posición mejor de la que ocupaba al inicio de la acción.

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