miércoles, 10 de enero de 2018

El sueño de los héroes, de Adolfo Bioy Casares




Emilio Gauna es obrero en un taller de Buenos Aires a finales de los años 1920s que sobrevive como buenamente puede compartiendo cuarto con su mejor amigo Larsen y que es aficionado al fútbol, al mate y a las carreras de caballos. Siente especial predilección por el juego y, gracias a la recomendación de su peluquero, apuesta por el equino ganador, con lo que se agencia más de mil pesos de golpe. Como no sabe en qué invertirlos e impulsado por su buen corazón invita a sus amigos del barrio, una panda de maleantes dirigidos por un viejo doctor apellidado Valerga, a pasar juntos las tres noches más alocadas de sus vidas en el carnaval de la capital de 1927. Tanto es lo que bebe Gauna que se despierta tirado en medio en medio de un bosque junto a un mudo y su hermano, sin recordar cómo llegó allí. Sin embargo, una imagen persiste en su cabeza, la de una mujer cubierta con una máscara en el lujoso pub de copas Armanville, de las afueras de la ciudad.

A partir de este punto comienza una historia de cotidianeidad, que Bioy prolonga la mayor parte de la novela. Gauna visita a un brujo porque sabe que algo importante ocurrió aquella noche, aunque no tenga claro el qué. El vidente le recomienda que trate de olvidarse del todo de ese asunto, pues su vida podría correr peligro si no lo hiciera. Entonces Gauna se resigna e intenta volver a la rutina de siempre. Se enamora, se casa, tiene toda suerte de proyectos y parece feliz, pero la duda acerca de lo que ocurrió verdaderamente en esas tres noches de 1927 vuelve a presentarse años después con una fuerza atroz.

Tengo que decir que El sueño de los héroes es una novela bastante diferente de lo que esperaba tras haber leído La invención de Morel. Se presenta a sí misma como una obra fantástica, pero este elemento se concentra en muy pocos puntos de la narración, que, por lo general, goza de un realismo muy bien construído. Con Gauna uno paseará por los lugares más deprimidos de los Buenos Aires de finales de los 1920s en una novela con unos tintes argentinos muy marcados. Los personajes toman mate, vosean, recitan tangos de memoria, se vuelven locos por el fútbol, apuestan a las carreras de caballos, salen a emborracharse por noches en el carnaval, etc. Esto puede llamarle la atención a lectores que como yo no hemos pisado nunca Argentina, aunque me imagino que buena parte de los de allá estarán un poco hartos de personajes tan estereotipados. 

Lo cierto es que los personajes se sienten muy encerrados en sus roles sociales y salvo alguno que otro como Larsen, la mayoría cuentan con una profundidad relativa y con unas actuaciones algo predecibles. Gauna es un personaje que no comprende cómo debe actuar, pero que se deja guiar con la idea de "cómo tienen que ser los hombres"; demostrará a toda costa que él no es ningún cobarde. Es triste, porque él mismo sabe que los actos que tiene son muy reprochables y que el doctor Valerga y sus compinches son unos sinvergüenzas que sólo quieren aprovecharse de su dinero, pero aún así siente una necesidad tan grande de mostrarse ante ellos como el "macho" que raya en lo patético. No obstante, Gauna tiene un buen corazón y eso le lleva a conquistar a Clara, la hija del brujo, que a mi juicio es uno de los personajes mejor construidos y que más juego dan. Clara se pasea en otro conjunto social que Gauna desconoce: el marginal mundo del arte dramático de la época. Sus amigos son intelectuales con pocos recursos donde Gauna no encaja en absoluto. El grupo de Clara es utilizado por Bioy para criticar la pésima situación de la mayoría de teatros de la Argentina del primer tercio del siglo XX, muy influido por las ideas modernistas que llegaban tardíamente de la Europa Continental. Clara es un personaje ambiguo e ingenioso y, por supuesto, la mente pensante del matrimonio Gauna. Sabe que todo lo que profetiza su padre es cierto y que Emilio no debe instigar en el pasado de aquellas tres noches. Sin embargo, me ha faltado en ella una chispa de rebeldía con una pareja tan cargada de celos como es el operario, poderosamente posesivo e irresponsable.

A pesar de esto, la construcción final y el ritmo creciente de la novela en su último tercio le dan una fuerza estética apabullante. Se genera una intriga insospechada para el lector que hacía un par de días había comenzado el libro en un abanico de confunsión y, al igual que en La invención de Morel obtenemos un final más que satisfactorio y que nos deja con más preguntas que respuestas. Bioy consigue que uno llegue a sentir verdadera preocupación por el destino de Gauna y por desentrañar el misterio que busca con tanto ahínco. Y esto es un logro fundamental para que una novela como El sueño de los héroes siga funcionando a día de hoy.

Por su temática la historia me ha recordado en gran medida a Cuando quiero llorar no lloro, aunque la prosa de Bioy es más sobria y precisa que la de Otero Silva, que destaca por su léxico florido e irónico.  También recuerda a un cuento como El sur de Borges, aunque con una trama mucho más enrevesada, callejera y distanciada en el espacio. Como novela podría decir que es recomendable, aunque los que más disfrutarán de ella serán los argentinófilos y los amantes de los finales sorprendentes que sepan tener paciencia a la hora de leer. Para cualquiera de estos dos, es una novela imprescindible.

Más reseñas de obras de Bioy Casares en esta esquina: Dormir al sol, La invención de Morel,


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