martes, 2 de junio de 2015

Boquitas pintadas, de Manuel Puig


El dificil reto de escribir Boquitas pintadas...




Hace ya aproximadamente una semana que terminé Boquitas pintadas y aún sigo preguntándome cuál es el estilo de su escritor, de Manuel Puig. ¿Cómo escribe de verdad el auténtico Puig? ¿Cuál es su marca característica? Porque uno ve un fragmento de García Márquez, por poner un ejemplo a todos conocido, y reconoce que es de Márquez fácilmente, aunque no haya leído ese texto concreto nunca antes, y lo consigue por una característica esencial de su autor: su necesidad casi imperiosa de explayarse en un especie de apariencia de infinito. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con Hemingway. Uno ve un cuento escrito por Hemingway y si ha leído algo de él antes sabe que es suyo al instante. Es su vocabulario sobrio y el uso tan particular del símbolo lo que lo definen. Pero entonces ese mismo lector ve dos fragmentos de dos capítulos distintos de Boquitas pintadas y, si no ha leído la obra, no sólo le cuesta ver en ella al mismo autor, sino que tampoco piensa, al menos en primera instancia, que los fragmentos pertenezcan a la misma novela, y, sin embargo, efectivamente, así es. Quizás lo que ocurra con Puig es una ausencia de estilo, una pureza de estilo, o, tal vez sea todo lo contrario, la convivencia de múltiples estilos, desbordantes para los que acostumbramos a leer narrativa más convencional. 

Todo tiene que ver mucho con quién es el narrador, si es que hay narrador, porque hay veces en las que no lo hay. No es un simple perspectivismo, sino una clase de collage  con diversos materiales, algunos son escritos de los personajes (cartas, diarios, recortes de revista, partes médicos, partes policiales, etc.), otros son acciones, diálogos (en ocasiones telefónicos), descripciones de lugares y hasta pensamientos, auténticos monólogos interiores de los personajes en los que Puig se luce como nadie. Lo increíble del escritor argentino es que no cojea a la hora de cambiar de registro. No es el mismo Puig el que firma cartas con el nombre de Nené que el que actúa como narrador omnisciente en el capítulo XIII. Puig juega a ser un camaleón y lo cierto es que la metamorfosis se cumple con un éxito digno de admiración.

Más allá de la forma de presentarla está la obra, que, por un lado, nos muestra la cara frustrante de la vida cotidiana que nadie llega a entrever en la juventud, y, por otro, nos ofrece una crítica de la búsqueda de los seres humanos en general, y de la sociedad argentina de la época (1960s) en particular, de la apariencia en lugar de la esencia. En el desarrollo de estos dos temas principales está la actuación de los personajes y complicadas historias de amor y sexo destinadas al desastre por las convenciones sociales vigentes en el país de Puig. La novela empieza con la necrológica de Juan Carlos en el periódico regional “Nuestra vecindad” el día 18 de abril de 1947. 

Que el autor nos de las fechas aproximadas de cada fragmento de "lo que toque" es fundamental para comprender bien la obra y para poder ordenar cronológicamente cada hecho, pues, al igual que no se narra de forma habitual, tampoco se va a seguir un orden temporal tradicional. Una buena ayuda para no perderse en la narración en una primera lectura puede ser leer la obra rápido o, si no es posible, ir apuntando las fechas y los hechos principales. 

Dicho esto, volvamos a Juan Carlos, cuya muerte desencadena los sentimientos reprimidos de otro de los personajes principales, Nené, quien comienza a cartearse con la madre del difunto que una vez fue su novio. A través de las cartas vamos descubriendo información del estado de Nené en 1947 (casada y con dos hijos y aún enamorada platónicamente de Juan Carlos), así como de algunos hechos importantes pasados (su amistad y luego rivalidad con la hermana de Juan Carlos, Celina, así como con Mabel, la amiga de ésta). Sin embargo, no es hasta el cambio de registro y el salto temporal de más de diez años en el capítulo III cuando, por fin, podemos indagar en el pasado de forma algo más fiable, que a través del recuerdo de un único personaje. Juan Carlos, todo un Don Juan, constituirá un vértice destacado en un triángulo amoroso (cuadrilátero si añadimos al personaje de la viuda Di Petri) que completarán Mabel y Nené (dos personajes femeninos prácticamente opuestos psicológicamente). La historia de las relaciones de estos personajes se entremezclará con la de Pancho, amigo de Juan Carlos, y Raba, criada del doctor Aschero, otro curioso personaje, mucho más secundario, con quien Nené también mantendrá una aventura en el trabajo que no le dejará buen sabor precisamente. De hecho, la tendencia a aspirar reflejar lo triste de la realidad cotidiana llevará a que casi todas estas relaciones de alguna forma u otra acaben en la resignación de sus personajes, en la necesidad de aceptar lo que no se desea. Se puede decir, que es en este sentido una novela antisentimental porque, aunque se emplean elementos de la novela sentimental como la carta o el diario, no es sino para forzar una parodia, de la misma forma que Cervantes recurre en el Quijote al lenguaje propio de la novela de caballerías y lo contrasta con la realidad. La realidad es cruda, no es de color de rosas. No se tarda mucho en descubrir que Boquitas pintadas no va a tener un final pasteloso; su intención es justamente la contraria. 

Otro punto muy a tener en cuenta es la impresionante capacidad de Puig para retratar a personajes femeninos con una precisión y complejidad abrumadora. Muchas veces pensamos que el género del escritor no le influye a la hora de hacer su oficio, pero en demasiadas ocasiones lo que ocurre es todo lo contrario. Hay muchos más protagonistas de novelas masculinos que femeninos y eso es, porque en parte, a los escritores les cuesta menos hablar de sí mismos que de lo otro y en la Historia aquellos que, por circunstancias político-sociales, han podido escribir ficción han sido, hasta el momento, mayoritariamente hombres. Hablar de lo otro constituye un reto. Pocos cuentos de Thomas Mann tienen como protagonista a una mujer, sino que sus personajes femeninos más bien se pasean por ahí representando tipos muchas veces planos, muchas veces ejerciendo el papel de musas o mujeres fatales. No obstante, Puig sí que supera esta barrera y casi parece sentirse más cómodo proyectando su ojo sobre personajes como Mabel o Nené, que sobre Pancho. Algunos achacarán este hecho a la homosexualidad reconocida del escritor, pero estas personas deberían recordar que también Thomas Mann era homosexual y hasta la madurez nunca se atrevió con este reto. 

Porque si algo demuestra Puig con su forma de escribir, con su selección de los temas y de los personajes es que, efectivamente, le gustan los retos y tiene habilidad creativa para solventarlos perfectamente. Me quedo con ganas de más literatura argentina. Actualmente estoy enfrascado en Viaje al fin de la noche de Céline y aún tengo un par de cuestiones más pendientes por ahí, pero espero echarle mano pronto a algo de Patricio Pron. Un saludo desde esta Esquina.

Puedes leer un fragmento de la obra aquí:

Fragmento de "Boquitas pintadas"


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