jueves, 8 de enero de 2015

Otelo, de William Shakespeare

El fin del celoso...


Es un alivio volver a Shakespeare, a sus juegos de palabras, a las personajes tan perfectamente esculpidos, a sus diálogos llenos de ingenio, mezcla de la comedia y del drama, de Plauto y de Séneca, al hombre misterioso empapado de todo el constructo del saber de su tiempo, a su carácter inglés, al buen sabor que dejan sus obras en los labios. Obras como ésta de “Otelo”, cuya primera lectura terminé hace un par de días. Uno de los indiscutibles grandes dramas escritos en lengua inglesa de todos los tiempos, que siguen inculcando valores morales tales como los celos o el deseo del venganza siempre conducen al derrumbe y que los malvados, para gusto del público quizás, siempre serán castigados. La tragedia consta de dos versiones, una publicada in folio y otra in Quarto (creo haberlo escrito bien), teniendo una ciertos detalles -acotaciones, frases de uno u otro personaje- que no tiene la otra. Por eso, según mi prólogo se tiende a traducir a partir de una y añadir elementos de la otra. Pero más allá de esta curiosidad está la obra que cuenta la historia del descenso de Otelo, general moro del reino de la Venecia renacentista, propiciado por su envidioso alférez Yago, quien lo engaña, haciéndole creer que la hermosa mujer, llamada Desdémona, con la que acaba de contraer matrimonio se está acostando con otro hombre, el teniente Casio, que está también al servicio del general Otelo. Esta actitud de Yago deriva de la decisión del moro de colocar a Casio como su teniente frente a Yago. Es, en pocas palabras, una pura y ruda venganza. A Yago no le importará destruir las vidas de inocentes con tal de escalar puestos, obteniendo lo que, según él, le correspondía por derecho. La otra cara de la ruindad y la astucia de Yago en la obra la vemos en el mismo Otelo, quien inocentemente cree, primero en la bondad de las personas, y luego en las palabras del vil Yago, que le acabarán llevando a buscar la muerte para su esposa y su amante imaginario. Como ya he dicho, es un alivio volver a Shakespeare –con Hamlet, que no lo he comentado, y esta obra-, es decir, de la mejor forma posible.

Otra reseña que te podría interesar:

Tres tragedias de venganza. Teatro renacentista inglés.


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