domingo, 4 de enero de 2015

Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos

Unas cartas brillantes...



Hay veces en las que uno lee con avidez debido a la necesidad imperiosa de entregar un trabajo a tiempo. No son pocas las ocasiones en las que cuando uno lee bajo la presión de un cronómetro siente que no disfruta de la lectura. Sin embargo, bien es cierto que hay obras que le permiten al lector disfrutar de tal forma que, sin percatarse, cumpla con los aspavientos del reloj más presuroso, sintiendo que el tiempo invertido y el trabajo que vendrá después ha merecido, sin duda, la pena. Es la sensación que puedo rescatar de mi experiencia con Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos, la última gran lectura del año 2014 y del que me he abstenido de publicar esta reseña hasta hoy por el simple deseo de querer adornar la expresión un poco. Leer  ahora Las amistades peligrosas no es una elección sin más, sino que consiste, de alguna forma, en perpetuar las reseñas de obras que tratan principalmente del tema de la venganza que han ido apareciendo desde tiempo ha en el blog y de reconciliarme, un poco, tras la gran decepción que tuve al leer a Sade, con la literatura francesa del Siglo de las Luces. Así pues, no era fruto de un capricho hecho aleatoriamente, sin cabeza. Lo que no esperaba era encontrarme con una novela tan genialmente escrita. 

Lo primero que tiene que saber el lector de Las amistades peligrosas antes de enfrentarse a ella es su curioso formato, que ya había sido empleado para la época por otros autores como Rousseau -del que no le resultara difícil al lector encontrar en la novela alguna que otra referencia a su obra completa y, en especial, a la Nueva Eloísa-, en forma de correspondencia entre varios personajes. El escritor afirma, con una sonrisa, que él no ha hecho sino recopilar dichas cartas y ordenarlas, no siempre en orden cronológico, para contar de una manera más clara la historia llena de pasiones y engaños en la que se ven sumergidos los personajes, que viajan por todo el astro de emociones humanas: de la alegría a la tristeza, a la furia, a la nostalgia, a la impotencia y a la rabia; del amor al odio. El sistema de correspondencia selecta nos da la oportunidad de ver cómo unos personajes se mienten a otros, cómo  el amor puede fingirse, cómo el poderoso siempre lucha por conseguir lo que ansía. De esta forma, inmerso en el más absoluto perspectivismo, se va construyendo la novela, ladrillo a ladrillo, carta a carta, con mensajes de unos, respuestas de otros y las inmediatas respuestas a las respuestas que se encadenan y parecen no tener fin, no dejando por ello de resultar intrigante. La ventaja de la carta y la habilidad como escritor de Choderlos nos permite apreciar un minucioso trabajo en la psicología de los personajes, que pueden expresar sus sentimientos, o fingir que los expresan, en el papel. Así, cada personaje, dista mucho, psicológicamente y en el hablar, de otro. El cambio de voz, de narrador, por llamarlo de alguna forma, de unos personajes a otros estando todos insertos en un mismo espacio ficcional es un recurso que ha sido adoptado por escritores más modernos como, por ejemplo, quiero recordar ahora, a Cela y su Pabellón de reposo, la que sería su segunda novela.

Pero la cosa no queda en esta pequeña y original estructura de la obra, pues, a la brillantez estética le acompaña una gran historia digna de contarse: la de cómo el vizconde de Valmont y la marquesa de Merteuil, dos libertinos aristócratas que un tiempo atrás habían sido mutuos amantes del otro, se alían para tomar venganza de enemigos comunes. La narración comienza cuando Cecilia de Volanges, una joven de quince años internada en un convento, es sacada de allí por su madre para tomar matrimonio en un futuro próximo con un tal conde de Gercourt, que también es amante de la marquesa de la que ya hemos hecho mención arriba. Así pues, una Merteuil resentida envía cartas a su mejor amigo, el vizconde de Valmont, pidiéndole su regreso a París para seducir a la joven e impedir el fatídico enlace, pero el libertino no está por la labor de retornar de su retiro en el palacio de su anciana tía, la señora de Rosemonde, sabiendo que pronto irá a visitar a la viejecita una dama de considerable belleza, que para desgracia de Valmont, aunque esto no le impedirá seducirla, está casada, con el presidente Tourvel, y es una puritana ferviente y fiel. Sin embargo, acabará Valmont cambiando de parecer con respecto a lo que le propone su amiga cuando descubre como la madre de Cecilia Volanges, muy amiga de la presidenta, pretende ponerla en contra suya, revelándole la serie de faltas de las que se le acusan al aparentemente apuesto y munífico vizconde. Al mismo tiempo, Cecilia irá enamorándose de un joven que frecuenta su casa, el caballero Danceny, quién poco a poco también perderá un poco el norte por la pequeña Volanges. La joven virgen se dejará guiar por la mano de la vil marquesa, quien, fingiendo ser su benefactora, se gana su confianza, con la esperanza de mantener una relación con Danceny a espaldas de la madre. Sin embargo, el objetivo de esta despreciable mujer no es que su amiga alcance la felicidad con su amor, sino "perderla", socialmente hablando, por supuesto. Para ello le cederá su tutela a Valmont, que gravitará como un buitre sobre su presa, esperando atacar.

Pueden leer un par de cartas, de las más de ciento setenta de las que está compuesta la obra, que me parecieron destacables aquí, y que les pueden servir a la hora de haceros una idea de cómo se expresa el autor en la obra. Y, como creo que ya he dejado bastante clara mi valoración de la obra al inicio de la reseña, me despido por hoy. Un saludo.

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Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievsky



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