martes, 23 de septiembre de 2014

El hombre aparece en el Holoceno, de Max Frisch

Un retrato abstracto de la soledad en el fin de la vida...


Hace no mucho, en febrero de este año, la pequeña editorial Alpha Decay publicó lo que venía a ser una de las obras finales de Max Frisch, El Hombre aparece en el Holoceno, a la que hasta ahora sólo se podía acceder en castellano a través de una traducción, creo que descatalogada, o en todo caso difícil de encontrar, de Alfaguara. Publicada en alemán en 1979, Fue una de las novedades de la pasada primavera que no dudé mucho en comprar. Tenía muchas ganas de leer a este autor y, al no poder llevarme el libro a mi remoto pueblo en verano, tuve que buscar cosillas en la biblioteca municipal. Allí encontré una novela corta, como la que hoy vengo a reseñar, pero mucho más dinámica llamada Barba azul (os dejo por aquí la reseña que escribí en su día), pero yo quería más y por eso, al poco de llegar a mi Granada y terminar lo que estaba leyendo, (Viento del norte) comencé con el Hombre de Frisch. 

La novela se resume en dos palabras: soledad y vejez. Narra la vida del señor Geiser en su casa, aislada del mundo, en la región suiza de Tessino, en la que nunca ha ocurrido nada interesante y la Tierra parece exactamente igual que hace cientos de miles de años, antes de que aparecieran los primeros hombres en la era del Holoceno. Grandes y escarpadas montañas donde llueve noche y día y se suceden desprendimientos de tierra y polvo que sepultan campos, carreteras, establos y hacen que se corte la luz y el suministro de agua caliente, se desconecten pueblos y se hundan casas enteras. El señor Geiser todo esto lo sabe porque vive allí, pero no le da más importancia de la que tiene. Piensa que el verdadero saber que importa es otro, el que reside en su colección de libros: sus diccionarios de términos extranjeros, sus libros de historia, sus manuales científicos sobre los dinosaurios (los "terribles lagartos")... y por eso lee, estudia, recorta y pega en las paredes todo lo que le interesa, para no olvidarlo. Sin embargo, son muchas las cosas que no puede recordar, demasiadas. Ronda ya los noventa años y su cabeza no esta bien. Por mucho esfuerzo que ponga todo es en balde. Es la vida de ese hombre que representa los últimos momentos de la historia de cualquiera lo que muestra Frisch. Como el alzheimer lo va devorando. De repente se levanta en el suelo con el sombrero, y no sabe cómo ni por qué está ahí y tiene que batirse de nuevo en pulso con la memoria, esta vez reciente. Está solo, de vez en cuando viene alguien a casa únicamente para decirle que se acuerdan de él, llama la hija por teléfono para preguntar cómo se encuentra, pero eso no remedia el sentimiento de soledad en el que está sumergido el personaje. 

Sobre la forma, como ya hemos dicho, peca de poco dinamismo comparada con Barba azul. Frisch intenta remediar esto alternando párrafos largos con otros excesivamente breves. El estilo está narrado en tercera persona, aunque parece un monólogo interior del protagonista, muy logrado. Parece una obra mucho más personal que Barba azul, ya que fue escrita en el ocaso de la vida del escritor, que, sin duda, debió sentirse un poco como Geiser. Otro detalle a destacar es la inmensa intertextualidad que hay en la novela y es que los recortes de los libros del señor Geiser aparecen tal cual en el libro y nos sirven de metáfora de lo que representa el personaje. Ese interés especial por los dinosaurios o las edades de la Tierra podrían muy bien simbolizar su ancianidad y su terquedad por desistir en esta empresa llamada vida. Y dicho esto, me queda poco más que añadir sobre el libro. Sólo recomendarlo y decir que, aunque no es lo mejor que he leído este verano, no ha sido, en absoluto, una compra inútil.

Otra reseña que te podría interesar:

El rodaballo, de Günter Grass


1 comentario:

  1. Anotado queda, gracias por la pista. Visto lo complicado que es encontrar sus novelas descatalogadas, habrá que ir a por ésta antes de que se descatalogue.

    ResponderEliminar