viernes, 22 de agosto de 2014

El estado de sitio, de Albert Camus

España, España. ¡Dos veces España!


Esta obra es lo primero que leo de Albert Camus y, aunque no es nada fácil, creo que he pillado medianamente por dónde van los tiros (también ha ayudado verme la pieza representada tras terminar la lectura). 

  La historia se localiza en mi amada Cádiz en una época ficticia, atemporal, una madrugada en la que el cometa que anuncia la desgracia desfila por el manto negro del cielo. Saltan, pues, todas las alarmas. La población comienza a temerse lo peor. Los gobernantes de la ciudad intentan tranquilizar a la población y les prohíben hablar siquiera de la estrella fugaz, bando tenaz de la malaventura, ocultando la verdad porque no pueden hacer frente a ésta. Pronto llega el tan anunciado mal y a la mañana siguiente empiezan a caer cuerpos muertos en las aceras del mercado. ¡Ha llegado la Peste! Pero no es una peste cualquiera, sino una peste personificada, que se presenta como un joven corpulento acompañado por una secretaria en el palacio de Cádiz para exigir que los alcaldes le entreguen el control de la ciudad. 

"EL GOBERNADOR: ¿Qué quieren de mí, forasteros?
EL HOMBRE, en tono cortés: Su puesto.
TODOS: ¿Qué? ¿Qué dice? 
 EL GOBERNADOR: Ha elegido usted mal el momento y esta insolencia puede costarle cara. Pero sin duda hemos entendido mal. ¿Quién es usted?
 EL HOMBRE: ¡Aciértelo!"

  Comienza esa misma mañana un gobierno de terror y represión donde las vidas de todos dependen de la Peste, salvo de quien conozca el secreto para derrotarla. Éste, nuestro héroe, será Diego, un joven gaditano enamorado de la hija del juez de la ciudad, que representará la fe en un mundo mejor y en la revolución contra la imposición, la insumisión a las normas no razonadas e injustas. Diego es un héroe que no duda en arriesgar su vida asistiendo a enfermos mortales de peste como puede con tal de que sus últimos momentos resulten menos penosos, a pesar de que puede contagiarse y perder toda la vida que le queda por delante, su chica, sus amigos, etc. Es un ejemplo de humanidad, un personaje que, en otras palabras, no puede ser más bueno.

  Al mismo tiempo que se desarrolla el desenlace de la historia de amor entre Diego y Victoria, asistimos a la vida en la ciudad con el nuevo gobierno, basado en el control total de la población y su limitación de derechos. Se ha defendido en muchos otros lugares que El estado de sitio no es otra cosa más que una gran alegoría del paso de la democracia al fascismo y que, por eso, no podía situarse está novela en otro lugar que no fuera España, que seguía bajo la dictadura de Franco cuando se publicó esta obra. La selección de la ciudad de Cádiz, además, no es capricho del escritor. Todo el que tiene unas nociones mínimas de historia de España sabe que durante la invasión francesa la mayor parte del territorio fue conquistado salvo la ciudad de Cádiz y las zonas colindantes, que resistieron gracias a su localización (una península) y a la ayuda de Inglaterra y el incesante combate de los guerrilleros. Fue en Cádiz donde se promulgó la Pepa (Constitución de 1812, primera constitución española), quizás la más moderna y la que más libertades y derechos concedía al ciudadano de la época y que fue puesta en práctica de forma bastante ridícula durante el reinado de Fernando VII, que lo primero que hizo al recuperar el trono fue abolirla. España, España. Dos veces España.

  Pero sigamos. El nuevo gobierno de la Peste trae consigo la burocracia que lleva a toda suerte de resultados y diminutas y aisladas escenas kafkianas en el segundo acto de la obra. La burocracia ahoga al ciudadano que no puede quejarse, sino sólo sucumbir y rezar. Las muertes se suceden cada vez que la secretaria tacha un nombre del registro civil. Toda persona que sea sospechosa queda marcada, se le asigna una chapa de los que no quieren la chapa de la Peste y son vigilados con lupa cada uno de sus movimientos hasta que alguien considera que es el momento de ponerle fin a su existencia por cualquier mínimo gesto. El crimen se convierte en ley, pero...

"JUEZ: Si el crimen se convierte en ley deja de ser crimen."
   Esta es la visión del Juez, padre de Victoria en la obra, que se presenta como el hombre que hace todo por salvar el cuello, llegando incluso a poner en peligro la vida de su hijo en una escena. La ley no es justa, pero a muchos ciudadanos no les importa cumplirla para evitar una sanción abusiva por parte de la autoridad. Este es el caso del Juez. Caso paradójico, porque, además de cumplirla, se ve obligado a imponerla.

  Otro de los personajes fundamentales de la obra es Nada, un joven escéptico y borracho que propone suprimirlo todo "salvo el vino y la locura" para reducir todas las penas a cenizas. Es un personaje destructivo que le sirve a Camus para criticar el nihilismo, pues no creer en nada conlleva la aceptación por pasiva del régimen político de su actualidad, de nuestra actualidad. Es el primero en ser aceptado por la Peste, debido a su relativismo y a su visión irónica de la vida, y para él comienza a trabajar en una oficina.

  Poco antes de acabar Camus nos da la clave para vencer al fascismo: no tenerle miedo ni a él ni a la muerte. Según Camus, sólo el sacrificio humano y el esfuerzo por cambiar las cosas pueden cambiar verdaderamente las cosas. Digamos que es de los que defiende el "morir de pie a vivir de rodillas".

  En cualquier caso, y ya para concluir, decir que, si bien no soy mucho de libros vinculados a temas políticos, he de decir que éste, por el tratamiento y la complejidad, me ha gustado y, aunque lejos de ser una maravilla, propone una gran alegoría, sumamente original, por la que merece la pena echarle un ojo.

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