lunes, 14 de abril de 2014

Satori en París, de Jack Kerouac

El relato de una iluminación en tierras francesas...


En Satori en París Jack Kerouac nos narra de forma autobiográfica su experiencia en París y Bretaña durante diez días entre mayo y junio de 1966, cuando acude al país galo con la esperanza de conocer más acerca de sus antepasados, los cuales pertenecían a la nobleza bretona. Sin embargo, esto no es más que una escusa para trasladar su vida bohemia de Florida, en los Estados Unidos de América, a un nuevo ambiente. Pues, pocas veces está sobrio en la novela o sin alguna fémina encima. Hombre de naturaleza impulsiva, que busca vivir la vida, sin unos motivos claros, así es Kerouac tal y como él mismo se nos presenta en la novela. Su viaje, tomando en consideración el objetivo inicial, podría considerarse infructuoso, falto de éxito. Pero hay algo, algo que no nos revela, algo que se guarda para sí mismo y que encubre de un sentido religioso muy pietista, y que él denomina su satori. Como él mismo explica un satori es un término japonés que designa "una iluminación repentina, despertar repentino o simplemente una patada en el ojo". Es alrededor de esta revelación, cuya naturaleza no se descubre nunca, el punto sobre el que gira la novela. Ni siquiera Kerouac sabe si fue en las calles de Brest, en una borrachera con un hombre llamado Noblet, si fue conversando con la secretaria de Casteljaloux, o al final de su viaje de camino al aeropuerto en el taxi de un señor llamado Raymond Baillet cuando tuvo su satori. Lo importante no es pues la iluminación en sí, sino el proceso que conduce a esa iluminación, que está narrada con brutal maestría por parte del escritor norteamericano. Entramos con Satori en París en una novela de pequeñas aventuras muy especial, llena de referencias culturales, que un público con unas mínimas nociones sobre arte y literatura disfrutará muchísimo.

martes, 1 de abril de 2014

Desgracia, de Jonh Maxwell Coetzee

¿Desgracia como desgracia o desgracia como maravilla?




¿Podríamos discutir si Coetzee representa o no un exponente de la literatura africana? Podríamos. Por un lado, si bien es verdad que nació en Sudáfrica y que éste es un país del continente donde nacieron los primeros hombres y su retrato de la sociedad de su tiempo es tenaz y podríamos decir sincero, su punto de vista se ve marcado por su color de piel y por su educación occidental tanto dentro como fuera de su país. ¿Se ha llegado a decir de él que no era más que un burgués sudafricano y que, por tanto, no podía representar los principios de igualdad social que suelen reivindicar los escritores negros de su tierra? Sí. De hecho, este asunto poco le importa a un Coetzee, que en “Desgracia” no tiene ningún problema en desafiar lo políticamente correcto, para montar una historia verosímil donde la maldad se esconde en rostros color azabache. ¿Intenta ser con esto realista? ¿Es él el auténtico exponente africano de la literatura y no, pongamos por ejemplo, Chinua Achebe o Alain Mabanckou, más concienciados con la defensa de la población negra frente a los abusos de Occidente?


Lo que no se puede cuestionar es que Coetzee vivió en Sudáfrica en la época del aparheid, vocablo afrikaans que significa segregación racial, entre negros y blancos, y que escribe “Desgracia” sólo siete años después de que se elimine la vergonzosa ley que impedía a más del setenta por ciento de la población disponer de unos derechos humanos claves como, por ejemplo, la elección de sus representantes electorales. Sin embargo, más de un siglo de dominio y de explotación (en los primeros años), de odio racista y de reivindicación de las costumbres propias, tanto por un lado las africanas, como por otro las occidentales, no se cura de la noche a la mañana. ¿Y es un sentimiento que sigue muy vivo? Sobre todo en las zonas rurales, donde Coetzee, desafiando al Dickens que todos los prados le parecían bucólicos, sitúa un escenario de ¿violencia salvaje?, donde el vecino, el pez grande, se quiere merendar al chico, y sólo basta con atacar al margen de cualquier ley y presionar de cualquier manera para lograr sus objetivos, con la escusa de que éste no es “de su pueblo”.

El argumento de la novela versa sobre la caída en lo más hondo de su existencia de David Lurie, un profesor de universidad de Poesía Romántica en Ciudad del Cabo, divorciado y con una hija que no le gusta su trabajo y que llena la falta de amor que su solitaria vida le proporciona con Soraya, una mujer a la que paga por acostarse con él en el edificio de una agencia. En medio del caos en el que vive, se cruza una mañana de regreso a su casa con Melanie Isaacs, una de sus estudiantes, poco aplicada, poco ingeniosa, pero muy bella, a la que invita a tomar un café en su dúplex, dos calles más allá, y ella, algo insegura, acepta. ¿Cómo? No lo sé. ¿Debería probar yo también a entrarle a la gente a saco? Puede. En la casa Lurie acaba por seducirla y tiene con ella una aventura. Todo vuelve a marchar bien hasta que se desvela y cae, como el protagonista de un drama clásico en desgracia, si es que no llevaba en ese estado toda su vida. El tiene cincuenta y dos años, ella poco más que dieciocho: ¿podría ser su padre? ¿casi incluso su abuelo? Es vejado por sus compañeros de trabajo, por sus alumnos, por el novio de la muchacha, hasta por su ex mujer y se le obliga a dimitir, a abandonar su carrera académica a no ser que se disculpe. ¿Él lo hace? Por supuestísimamente que no. No tendría gracia la novela. Se declara culpable de todo lo que le acuse Melanie y se retira a la granja de su hija Lucy, junto a Grahamstown, con la perspectiva de escribir mientras tanto una ópera sobre los últimos años de Lord Byron. Lucy, que hasta hace poco tiempo vivía con su novia Helen, se dedica al cultivo de flores y pequeñas hortalizas y al cuidado temporal de perros. En ello le ayuda Petrus, un hombre negro, que no parece dominar muy bien el inglés, y que vive en los antiguos establos de la casa, junto a una de sus dos mujeres. Le ha adquirido una pequeña porción de tierra a Lucy. Allí poco a poco las relaciones con su hija irán entrando en tensión a raíz de un altercado. Unos hombres negros y un chico se presentan un día en la casa de Lucy con la intención de llamar por teléfono, argumentando que en su aldea no hay luz. Lucy se lo permite. Mientras tanto, David aguarda fuera con el chico. ¿Se huele que algo no va bien? Se ha generado una atmósfera de tensión entre los personajes que él no entiende del todo. Llama a gritos a Lucy. ¿No hay respuesta? Llama a Pretus. ¿No hay tampoco? ¿Ya se pueden imaginar que pasa a continuación? ¿No? Pues leanse el libro.

¿La narración es así todo el puto rato? Sí, preguntando el bueno de Lurie va avanzando la novela y vamos adentrándonos con él en el corazón de su desgracia. ¿También se habla de la felicidad? Por qué no. ¿De la segregación racial? Un poquito ¿De las distinciones entre campo y ciudad? Algo. ¿Recomendable? Por supuesto. ¿Algo más que añadir? Simplemente léanla.