jueves, 13 de marzo de 2014

El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad

La atracción de una salvaje y violenta oscuridad...


He de decir antes de comenzar con la reseña que esta lectura no es sino una relectura de un libro del que disfruté un remoto mes de diciembre cuando contaba con quince años y que, si bien no me encantó entonces, me pareció complejo en su momento, era porque quizás no lo había leído como debía o porque aún era demasiado pronto para enfrentarme a él. Es un libro que, sin ser una obra maestra, es todo un clásico y le sirve a Conrad de preparación para escribir su novela "Lord Jim".

Podemos coincidir en que "El corazón de las tinieblas" está basada, aunque esto no se hace explícito, en la experiencia de Conrad de seis meses en la colonia belga del Congo. Siendo un libro semiautobiográfico, la personalidad de Conrad se diluye entre dos personajes: Marlow (el narrador y principal protagonista) y Kurtz (que constituye el polo opuesto de éste). Es una historia compuesta de dos narraciones: una inscrita dentro de la otra. En primer lugar, Conrad nos sitúa en una barcaza dispuesta a descender por el Támesis cuando baje la marea, a la luz de la mañana. Dentro de esta barca, un grupo de viajeros, dentro de los cuales se incluye Marlow (en pose de sabio pensador oriental, de espaldas a la multitud) debaten sobre el principio de los tiempos y la época romana, sobre qué movería a los romanos a ascender hasta las islas británicas. Entonces Marlow establece la comparación con los imperios coloniales de su era (recordemos que el libro fue publicado en 1899, época de la plena expansión y consolidación del imperialismo europeo en amplias regiones de Asia y África) y comienza a contar su historia personal en una de las colonias africanas: la colonia del Congo, a la que acude tras quedarse sin empleo como capitán en las Indias Orientales gracias a sus contactos. 

Una vez allí irá adentrándose, a través de tres intensos capítulos, en el corazón de una intensa y violenta selva, de la que Conrad realiza una interesante descripción psicológica. La selva en esta obra es sinónimo de salvajismo, en oposición a lo civilizado de Marlow. De ella hace una descripción como si de un personaje más se tratase. 

Conrad, a través de Marlow, deforma los escenarios y los personajes y lo envuelve todo en una atmósfera de misterio y sueño, con un estilo propio. Descripciones justas, diálogos precisos, con las mínimas palabras y abundantes descripciones psicológicas que nos introducen en la historia.

Como contrapunto a Marlow encontramos la figura de Kurtz, que se va perfilando como el salvador del Congo, el gran civilizador que reduzca la barbarie hasta contenerla sólo en la memoria histórica, durante los dos primeros capítulos y que sólo deja ver su rostro, pálido ante la muerte próxima por enfermedad al final de la novela. Podemos decir que la relación indirecta entre Marlow, que comienza a admirar a aquel hombre -poeta, músico, pintor, moralista- sin ni siquiera conocerlo, va avanzando entre luces y sombras forjando el cuerpo central de la novela. Este contraste e interés creciente de Marlow por Kurtz no llega a desaparecer incluso en el momento del encuentro, cuando descubre como el mundo sin leyes de la selva y su salvajismo ha corrompido a ese gran hombre ejemplar.

Otra de las claves para entender la novela es qué mueve a los hombres blancos a acudir a aquella selva en el confín del mundo. La respuesta es la palabra -pronunciada con avidez malsana- marfil, puesto que los intereses "civilizadores" -¡cómo si en África no hubiera entonces civilizaciones forjadas igual de antiguas que las potencias europeas con sus costumbres, sus lenguas, sus religiones, su historia y sus tradiciones literarias!- respecto a la moral y la ciudadanía quedan reducidos a meras palabras, meras escusas para explotar ese oro blanco que destella en los colmillos de los elefantes. Los europeos compran a los negros pagándoles con abalorios baratos, que también emplean para el intercambio con marfil. El engaño no llega a notarse: los negros se ven a sí mismos de acuerdo con tales trueques. Cualquier método de resistencia lleva a la captura de prisioneros y cualquier acto de desacato es considerado merecedor de un castigo tortuoso. Marlow describirá en varias ocasiones los gritos y las heridas de varios hombre negros que atisbará a lo largo de su viaje por la colonia belga del Congo y se replanteará una y otra vez si la manera de "civilizar" es o no la adecuada. Si no son más salvajes los propios europeos.

Pero, ¿a qué viene ese salvajismo por parte de quienes llegan a la colonia cargados de ideas de mejora y progreso social? ¿Cargados de la idea de que el hombre blanco tiene la responsabilidad y el placer de "civilizar" a las otra razas? Según Conrad, es la selva, el estado de naturaleza, la falta de leyes, lo que corrompe dichas ideas. Se crea un contexto en el que todos quieren ser más poderoso que su vecino. Tener más marfil, optar a un cargo superior en la compañía. Aquí es donde Kurtz deja de ser Conrad para ser la corrupción del polaco, mientras que Marlow mantiene impasible su voz en el diálogo con la selva. Aquí os dejo un fragmento más que ilustrativo: "¿Que hay en ese diabólico alboroto algo que me llama? Pues muy bien, lo oigo, lo reconozco; pero para bien o para mal, yo también tengo una voz que no se puede acallar".

Sólo en los momentos finales de su vida, Kurtz parece vislumbrar cuanto se ha corrompido su alma en ese infierno africano. No sabemos qué piensa cuando exclama "¡El horror! ¡El horror!". Si era horror por el Congo, por su vida o por su inmediata muerte. Lo que sabemos es que es el momento más escalofriante de la novela. Un instante que vive especialmente el propio Marlow, quien siente que la muerte también le acompaña a él y así nos lo ilustra, en uno de los mejores pasajes del libro: "Yo he luchado a brazo partido con la muerte. Es la disputa menos emocionante que os podáis imaginar. Tiene lugar en una indiferencia impalpable, sin nada bajo los pies, sin nada alrededor, sin espectadores, sin clamor, sin gloria, sin el gran deseo de victoria, sin el gran miedo de la derrota, en una atmósfera enfermiza de tibio escepticismo, sin demasiada fe en tu propio derecho, y todavía menos en el del adversario."

Mi valoración personal es que es y ha sido una novela más que interesante, tanto por el estilo como por el tema abordado -el debate del hombre entre lo civil y lo salvaje- y por ello más que recomendable. Además, no hay escusa por falta de tiempo para no leer "El corazón de las tinieblas". Es tan breve que te lo zampas en un par de tardes.

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